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Freud y la cocaína.

El conocido como “episodio de la cocaína” es uno de los que mejor demuestran el deseo obsesivo de Sigmund Freud por alcanzar la fama y la gloria y sus métodos para cubrir cualquier aspecto negativo de su figura.

En 1884 la cocaína era una sustancia insuficientemente estudiada. Aquel año Freud leyó un artículo de un médico militar, Theodor Aschenbrandt, en el que se describían los efectos de la cocaína administrada a soldados que padecían agotamiento.

Freud emprendió una investigación inmediata acerca de la literatura médica sobre el tema y descubre un artículo de Bentley y Palmer acerca del tratamiento del hábito de la morfina por medio de la cocaína.

El colega y amigo de Freud, Ernst von Fleischl-Marxow, era un adicto a la morfina y Freud le asegura que puede ayudarle a superarlo mediante un tratamiento con cocaína. Fleischl-Marxow acepta.

En solo unos días, Freud concluye que no solo ha curado a su colega, Fleischl-Marxow, sino que además ha sido capaz de curar un caso de catarro gástrico mediante la administración oral de una sola dosis de cocaína al paciente al que de inmediato le desaparecieron los dolores. Unas semanas, muy pocas, después, Freud tiene listo un artículo que publica al día siguiente de su conclusión. En ese trabajo Freud aseguraba que la cocaína no producía adicción y atacaba duramente a quienes se mostraban críticos con ella. Freud mismo había empezado a consumir cocaína en abril de1884 y se convierte en un fervoroso defensor de la cocaína, de sus virtudes y de la extensión de su uso.

Pero, inexorablemente, los perjuicios del uso terapéutico de la cocaína fueron haciéndose evidentes. Fleischl-Marxow sustituyó la adicción a la morfina por una adicción a la cocaína con efectos devastadores, y se conocieron cientos de casos de adicción en todo el mundo.

Las acciones de Freud en su defensa, pues se había convertido en el centro de las críticas, son muy reveladoras.

Comenzó asegurando que la cocaína solo producía adicción cuando existía previamente una a la morfina, algo que enseguida se demostró equivocado. Respecto a Fleischl-Marxow, de cuyo caso había publicado Freud un artículo presentándolo como un ejemplo de curación de la adicción a la morfina en “solo diez días” sin que hubiera experimentado necesidad de seguir con la coca, en épocas posteriores hablaba de que él mismo Fleischl se había envenenado con cocaína al inyectársela en lugar de tomarla por vía oral. Censuró públicamente la inyección subcutánea de la cocaína y llegó a escribir que “ nunca contemplé la posibilidad de que la droga se administrara mediante una inyección”. Según Freud lo presentaba, Fleischl-Marxow había cometido una locura con consecuencias nefastas que el propio Freud nunca habría recomendado.

Sin embargo, Freud, en un artículo de 1885, “Sobre los efectos de la cocaína”, había escrito: “Debería recomendar sin vacilar que se administrara la cocaína mediante inyecciones subcutáneas”. Y, mencionando expresamente a su colega, en su artículo “Cocaína y sus sales” de 1884, Freud había escrito: “ El doctor Ernest von Fleischl-Marxow… ha establecido que la cocaína, aplicada con inyecciones hipodérmicas, resulta ser un adyuvante de inestimable valor contra el uso continuado de la morfina. Este hecho por si solo podía dar un lugar duradero a este tratamiento entre los tesoros del médico.”

En marzo de 1885 Freud escribía un artículo, el mismo en el que recomendaba sin reserva las inyecciones subcutáneas de cocaína, en el que declaraba que “no se había manifestado ninguna habituación a la cocaína”, en abril escribía a su prometida previniéndola del peligro de habituarse a la cocaína, y en agosto, cuando el artículo recibía reseñas favorables a sus ya por el conocidas falsas afirmaciones, manifestaba públicamente su satisfacción sin advertir del peligro.

¿Era Freud un falsario consciente o simplemente su juicio se encontraba cegado por su ambición? ¿ Y el Psicoanálisis que él fundó, una evidente pseudociencia, es un caso de lo primero o de los segundo?.

El experimento científico.

La actividad científica presupone un mundo real, y sensible. No solo sensible, sino, además, cosensible. Es decir, la actividad científica se basa en la identidad básica de la sensibilidad humana. Los fenómenos se producen en el mundo real, y no dependen del observador. La ciencia se limita a los fenómenos perceptibles en los que los observadores son intercambiables. No importa, a estos efectos, que lo perceptible sea el fenómeno en sí o el registro de un aparato medidor, por ejemplo.

La experiencia dicta que los informes sobre aquellos fenómenos avalados por varios observadores independientes son más fiables que aquellos que proceden de un solo observador.

Para que esto sea aprovechable científicamente, debemos asegurarnos de que los observadores “miran” el mismo fenómeno.

Pero, debido a la falibilidad de los sentidos, las distorsiones e ilusiones ópticas, etc, la ciencia no deja las observaciones, en la medida en que esto es posible, al azar.

Este es el sentido del experimento. Una observación provocada, con variables controladas que puede ser reproducida por cualquier observador (dejemos aparte las limitaciones técnicas y de otro tipo, me refiero a que cualquier “persona” por el hecho de serlo, puede “ver” lo mismo).

El experimento puede estar destinado a comprobar una teoría, a falsar otra, a comprobar una predicción, a refinar resultados cuantitativos, etc. En general, un experimento se destina a obtener una novedad.

En la ciencia, un resultado experimental constituye una prueba, en un sentido muy similar al que tiene ese término en el terreno judicial.

Lo crucial del experimento en ciencia explica la exigencia de excelencia en el diseño y ejecución de los experimentos.

Ética del conocimiento.

El ser humano parece condenado a preguntarse por el mundo y por su lugar en el mismo. Se ha dicho que la Religión es un intento de dar sentido a esta inquietud. La Ciencia es otro modo de hacer lo mismo, otra respuesta a la misma pregunta.

La Religión, en general, asigna al hombre un lugar especial en el mundo y a este una subordinación al primero, al menos en el sentido de que sin el hombre, el mundo no tiene sentido. De ese lugar, del origen del hombre, de la causa de su existencia, se deriva para la visión religiosa un sentido para la acción del hombre. El hombre es responsable de su acción, debe responder de ella y de ahí la moral.

La Ciencia concibe la moral como una necesidad social, mucho más que una mera convención prescindible, pues la vida social proviene de la naturaleza del hombre, está inscrita en ella y la moral es inseparable de la vida social.

En cualquier caso, ambas “visiones” contemplan una dimensión ética en la acción del hombre.

En la búsqueda de conocimiento, en la tarea de buscar respuestas, el ser humano descubre leyes, principios y reglas que rigen el mismo conocimiento, definiendo a que se le puede llamar como tal y como lograrlo de la manera más efectiva. Descubre el error y muchas de sus fuentes. En ambas visiones, la verdad no es particular ni permanece en el ámbito íntimo, sino que sus consecuencias involucran a la humanidad entera. Ya no solo como mera acción personal, sino también por su trascendencia, ignorar las reglas del conocimiento es éticamente condenable.

La ciencia es una actividad éticamente deseable y su metodología busca la verdad, tiende a erradicar el error y condena y desecha la persistencia sistemática en él y, por supuesto, el fraude.

Negar el conocimiento obtenido de acuerdo al uso de las mejores metodologías para ello, o llamar a la renuncia de su búsqueda es condenable y pernicioso. La ciencia es una llamada a la honestidad intelectual y sean cuales sean sus conclusiones, nunca deben ser desechadas o condenadas si no es sobre la base de la mismas reglas que las alumbran.

Respuestas e historias.

Aquellos a quienes la ciencia contradice o no se sienten colmados si no es mediante una respuesta última a cada pregunta suelen alegar a propósito de algunos temas en controversia que la ciencia no tiene explicación para ello. Es una variante del argumento de
"la Ciencia no lo sabe todo".

Algunos ejemplos son la aparición de la vida a partir de la materia inorgánica, la aparición de la reproducción sexual y otras cuestiones de ese tipo. Se pretende negar, en el caso de la Teoría de la Evolución, toda validez a partir de una cuestión pendiente. El sentido en que se objeta este tipo de dificultad es el de oponer a una teoría científica con lagunas, una teológica, filosófica o pseudocientífica completa, con todas las respuestas.

Es evidente que hay trampa en este recurso. A la ciencia se le exige una respuesta que cumpla todos los requisitos propios del método, mientras que ellos se permiten respuestas con criterios laxos. No parecen entender que se debe escoger un solo criterio para compararlas.

Con el criterio científico, aquellas respuestas especulativas han de ser descartadas necesariamente y la cuestión sería la que desde el ámbito científico se plantea: todavía no existe una respuesta.

En cambio, si se usa el criterio laxo que se permiten los oponentes de campos extracientíficos la situación es muy curiosa. Resultaría que todos hemos encontrado por fin la respuesta, religiosos, filósofos, defensores de pseudociencias y... científicos. En realidad nos encontrariamos con una superproducción de respuestas, todas acabadas, perfectas y, para que no falte donde elegir, contradictorias entre sí. Si a alguien le parece insatisfactoria semejante situación quizá se pregunte si no debiera establecerse un criterio objetivo que permita discernir entre tanta respuesta. En ese caso, sea bienvenido al mundo del método científico.

Decía que en el caso de renunciar a los criterios rígidos del método científico, los propios científicos tendrían respuestas. Me explico.

Pongamos el caso de la aparición de la vida. Las explicaciones extra científicas sobre esta cuestión son historias más o menos consistentes que dan cuenta de ello mediante recursos narrativos que hacen encajar todas las piezas forzandolas lógicamente sin referencia empírica directa. Las mejores de ellas carecen de contradicciones internas y tratan de conciliar el mundo directamente sensible con sus explicaciones de manera más o menos afortunada.

Pero resulta que los científicos también tienen sus propias historias, aquellas que ellos llaman hipótesis y que, de verse libres de la referencia empírica directa se convertirían en las más sólidas, consistentes y poderosas de entre todas las existentes.

La Sopa Primordial de Oparin y sus coacervados, el Polímero Primordial de John Bernal, el Mundo de los ARN o el de los análogos derivados del glicerol pueden dar cuenta del origen de la vida de manera mucho más convincente que los seres sobrenaturales, las razas extraterrestres o las fuerzas vitales.

Puestos a escoger, tenemos la hipótesis de Kauffman. Afirma este científico que los modelos informáticos con los que ha trabajado muestran que cualquier sistema con suficientes componentes e interacciones tenderá espontáneamente hacia un estado de organizada complejidad con propiedades emergentes. Según esta idea, la vida y la propia química orgánica, pudieran ser una consecuencia de reglas matemáticas universales que gobiernan el comportamiento de todos los sistemas complejos,al margen de cuales fueran sus componentes. Tengamos en cuenta que la única objeción que se le puede hacer a esta idea es que, como dijo Maynard-Smith, se trata de ciencia sin hechos, modelos matemáticos que no se basan en hechos verificables, exactamente igual que las historías extra científicas, pero de plena procedencia científica.

Si bastara con una historia plausible, las científicas son las más competentes en ese sentido, dando respuesta a cualquier interrogante. Cairns-Smith propuso una hipótesis que tiene la virtud de enlazar con la teoría de la evolución de una manera elegante y simple, planteó que los precursores de la vida fueron cristales microscópicos de arcilla que se reprodujeron siguiendo el proceso habitual de crecimiento de los cristales. La mayoría de los cristales están configurados por patrones de dislocación siguiendo la estructura ordenada de sus átomos, muchas de las cuales se extienden al crecer el cristal. Si el cristal se rompe, cada fragmento puede “heredar” la estructura, incluso con pequeñas modificaciones, tal y como ocurre con los genes. Si esta hipótesis no es presentada como una teoría o modelo científico es debido a que no hay evidencia empírica que la apoye. Suprimamos esa exigencia y ya tenemos respuestas desde “el bando” científico con una solidez mayor que las de las “historias” habituales.

Las exigencias de rigor metodológico en la Ciencia no se deben a una incapacidad de sus practicantes para imaginar respuestas, esa es una necesidad muy deseable en la contrucción de hipótesis. Esas exigencias se deben a que son la mejor forma descubierta hasta ahora para discerinir entre verdaderas respuestas y simples historias.

Einstein y "todo es relativo"

Muchos se escudan en Einstein y su más famosa teoría para defender que "todo es relativo". Pero no es eso lo que dice la teoría de la relatividad, que, por el contrario, aborda los aspectos de la realidad que no cambian en función del observador.

En realidad se puede entender como la afirmación de que las leyes de la naturaleza explican mejor la realidad que la mera descripción de los fenómenos, porque mientras estos dependen de la posición del observador, las primeras son universales.

Un famoso ejemplo es aquel del tren en marcha en el que un pasajero deja caer un objeto. El fenómeno parece distinto para el pasajero, que lo describirá como la caída libre y en trayectoria vertical del objeto hasta el suelo del tren; y la de un observador que permanece de pie en el andén y ve el fenómeno desde allí, en cuyo caso dirá que el objeto avanza a la misma velocidad del tren mientras cae, trazando una trayectoria parabólica.

Sin embargo, según la Teoría de la Relatividad, si ambas personas realizan los experimentos necesarios y la investigación pertinente, llegarán exactamente a las mismas leyes para describir el fenómeno. Mientras que los fenómenos son percibidos de distinta manera dependiendo de la posición del observador, la ley que los hace producirse no cambia.

Los fenómenos son relativos, las leyes fijas, de ahí se desprende una necesidad mayor de investigación científica y la desconfianza de la mera descripción. Por el contrario, aquellos del "todo es relativo", pretenden que la ciencia "solo" es una descripción mas del mundo, tan válida como la mágica o la religiosa. Habrá que decir algo más del relativismo otro día.

LA NAVAJA DE OCCAM

LA NAVAJA DE OCCAM "Entia non sunt multiplicanda sine necesitate", los entes no deben multiplicarse sin necesidad, no expliques por lo más lo que puedas explicar por lo menos, es soberbia hacer con más lo que se puede hacer con menos o, en términos más actuales, de las explicaciones posibles la más simple es la correcta.

Estas son algunas de las expresiones que se refieren a la "Navaja de Occam" o Principio de Parsimonia. A propósito del cual mucho se ha discutido, en concreto sobre si se trata de un principio filosófico prudente o de un instrumento metodológico, si se trata de una guía para formar hipótesis o de si tiene algún valor como criterio epistemológico por sí mismo.

Desde luego, mucho se ha abusado de su aplicación, llegando a dar por verdadero un enunciado por el simple hecho de ser más sencillo que su antagonista, como si en una controversia solo dos alternativas fueran posibles necesariamente.

Sin embargo, es indudable que a lo largo de la historia ha demostrado su poder metodológico. Se suele dar como ejemplo el caso del flogisto, un ente invocado por los alquimistas para explicar la perdida de peso de las sustancias al arder, suponiendo que en el humo, el flogisto, una especie de alma, escapaba. Como en el caso de los metales lo que ocurre es que ganan peso con al combustión, se suponía que el flogisto, en esas sustancias, tenía un peso negativo y al liberarse, consecuentemente el resto aumentaba su peso. Lavoisier, el padre de la química, aceptó los resultados de los experimentos, pero no la explicación y propuso un modelo que definía toda combustión como una oxidación, el humo como bióxido de carbono, y que en el caso de los metales se produce un óxido metálico que pesa más que el metal puro. Naturalmente, puede imaginarse una hipótesis más sencilla o al menos tan sencilla como al de Lavoisier que sea contradictoria con ella, o que simplemente, sea distinta. En este caso, la simple aplicación del principio de parsimonia no nos proporciona un método de contrastación, que siempre se remite a la prueba o experimento empírico, pero es que se dice que la navaja es un pilar del método científico, no que constituya el propio método científico.

En términos filosóficos, el Principio de Parsimonia, otro nombre con el que se conoce la Navaja, exige, al que lo aplica, que considere únicamente aquellas entidades de las que tiene un conocimiento intuitivo y después, aquellas cuya existencia se deduzca necesariamente de las que conocemos de modo intuitivo. Esto significa que aquello que no puedo ver, no existe para la ciencia, a no ser que se siga necesariamente de lo que estoy viendo.

En términos científicos consiste en explicar un mismo fenómeno con un modelo más simple o, mediante un modelo igualmente complejo, un conjunto más amplio de fenómenos. Desde la perspectiva del criterio de falsación popperiano, tan preeminente hoy en día en la Filosofía de la Ciencia, la hipótesis que explica lo mismo con mayor simplicidad o que con la misma explica un mayor número de fenómenos es más susceptible de ser falsada y, por tanto, de mayor contenido científico.

El argumento de autoridad.

El argumento de autoridad consiste en proclamar una tesis como verdadera porque alguien con autoridad moral o intelectual la apoya o comparte.
Siempre que un debate se cita la opinión de una autoridad o de un experto, inmediatamente la otra parte invalida el argumento hablando de él como una de las falacias lógicas.
Bueno, esto es cierto, especialmente en las ciencias positivas, pero conviene hacer unos matices.
A menudo tenemos que confiar en otros para informarnos, para averiguar datos que no podemos obtener por nosotros mismos. No podemos probar objetos de consumo por nosotros mismos para determinar cual es el mejor. Ni sabemos como transcurrió la batalla de Waterloo por nuestros medios, y sabemos de las torturas en Irak por medio de otras personas. Pero aunque no tenemos otras maneras de conocer que las informaciones ajenas en algunas cuestiones, no todas las fuentes son de fiar. Es necesario algún tipo de criterio que las fuentes deben satisfacer.
Las fuentes deben ser citadas específicamente, no como generalidad, por ejemplo, nombrando a “los expertos” y debe incluirse una referencia que facilite la consulta directa por la otra parte.
Las fuentes deben ser competentes en el tema en cuestión. Einstein es un experto en ciertos temas de la Física, no en política o en pintura. Además, debemos considerar que nuestro modelo de persona informada en una cuestión puede no serlo en realidad, o serlo en menor medida que otros.
Es muy importante que la fuente citada sea imparcial. Un preso acusado de un crimen es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad, pero sus alegatos de inocencia deben ser sospechosos como prueba. Las alabanzas de una empresa hacia un producto fabricado en sus fábricas no son exactamente imparciales.
Algunas autoridades pretenden saber lo que es difícil que sepan. Algunos reportajes periodísticos están escritos como si el autor hubiera estado presente en ciertas conversaciones a las que no es posible que acudieran. Y las autoridades religiosas alegan que algo es contrario la voluntad de Dios, arrogándose un conocimiento dudoso.
Uno de los aspectos que le hacen un argumento falaz es el ocultamiento o la negación de opiniones contrarias de personas igualmente expertas. Cuando los propios expertos no están de acuerdo, no se puede confiar en ninguno de ellos. Esto es especialmente cierto en algunas cuestiones filosóficas. Kant y Hegel no están de acuerdo en casi nada. Ni Aristóteles está de acuerdo con Platón. Se pueden usar sus argumentos, pero citarlos como argumentos de autoridad no sirve de nada.
Por el contrario, la unanimidad entre los expertos dota de racionalidad ese argumento. Y precisamente aquel campo en el que los expertos pueden estar de acuerdo es el de los hechos empíricos. Un experimento se produjo o no se produjo. Una observación está documentada o no lo está.
Seguirá otro día…

Donald Wright y los fantasmas

Hoy publica un blog llamado Recopilatorio de un Gabo un pequeño resumen del famoso artículo de Donald Wright en el que, sobre la base de las pretendidas habilidades y limitaciones de interacción con el mundo físico por parte de los fantasmas, analizaba cuales deberían ser sus cualidades físicas. Se trataba de un mero divertimento mental en el que Wright trataba de mostrar la imposibilidad de que esos “entes” pudieran ser vistos por tanta gente.

En el blog anteriormente citado, como en esta otra página ,parecen pensar que Wright analiza en serio algún fantasma y que sus resultados ¡ confirman los testimonios!.

De la pretendida facultad de atravesar paredes, deducía Wrigt su peso y densidad, y llegaba a la conclusión de que no podían ser vistos flotando tranquilamente en la oscuridad, pues para verlos necesitamos una luz, por tenue que sea, y esa luz, como es bien sabido, efectúa una presion sobre el objeto iluminado, lo cual, dada la masa del fantasma, bastaría para comunicarles un impulso que los lanzaría fuera de nuestra vista. Según estas dos páginas, esto concuerda con los testimonios sobre fantasmas. Bueno, es posible, si se refiere a los testimonios que dicen que jamas han visto a un fantasma, pues contradice a quienes dicen haberlos visto.

Otra consecuncia que extraía Wright del cálculo de la casi inexistente masa de los fantasmas, inferior a la de un electrón, es que la energía de una palabra bastaría para comunicarle una velocidad cercana a la de la luz, lo cual lo alejaría en poco tiempo de nuestro Sistema Solar. Un solo ruido en un caserón abandonado bastaría para expulsar al fantasma de alli. Lo mismo cabe decir de la temperatura, añadía Wright, pues también el calor comunicaría velocidades cercanas a la de la luz a un ser de esas características. Por ejemplo, una temperatura de 20º centígrados lanzaría al fantasma a una velocidad de un 70% de la velocidad de la luz. Las conclusiones de Wright ponian en duda el que nadie haya visto jamás un ser de esas características. Con respecto a la temperatura necesaria para que algo así fuera posible, se necesitaria alcanzar casi el cero absoluto, -273º centígrados. Algo que no es posible encontrar en circunstancias normales en la Tierra.

No comprendo como esas páginas creen que este artículo puede beneficiar de alguna manera a quienes defienden la existencia de los fantasmas.

¿Derechos inalienables?

Una característica de ciertos derechos fundamentales se refiere a que son inalienables. Quiero esto decir que no solo no pueden ser legítimamente negados a una persona, sino que además, la propia persona no puede renunciar a ellos.

Un ejemplo es el del derecho a la libertad, considerado un derecho inalienable. Nadie puede renunciar a este derecho y convertirse voluntariamente en esclavo de otro hombre.

Se da un curioso conflicto con esto, que afecta a dos de los derechos inalienables, el de la vida y el de la libertad. Conocemos casos de personas que han preferido morir, quitándose la vida o dejándose matar, antes que ser convertidas en esclavos. Y también el caso de personas que han tenido que caer en la esclavitud, si es que han deseado conservar sus vidas.

Puesto que ambos derechos son fundamentales, y ambos inalienables, y ante la necesidad de escoger entre uno de los dos, ¿obra mejor quien escoge vivir, aún en esclavitud, o quien decide no vivir en esclavitud, aunque tenga que perder la vida?.

El DIlema de Epicuro

Otro dilema referido a Dios es el llamado de Epicuro.

Consiste en, ante el sufrimiento del mundo, aquel que no es obra directa o consecuencia de la obra del hombre, si no que se debe al propio diseño del mundo, plantear lo siguiente:

1. Si Dios no puede evitar ese mal, no es omnipotente,

2. Si Dios no quiere evitarlo, no es bueno.

Dios y la ética:El dilema de Platón.

El Dilema de Platón no se refiere a la existencia de Dios, sino a la coherencia lógica de algunas afirmaciones sobre Él. Empieza con tres proposiciones aparentemente ciertas y compatibles para el cristiano:

1. Dios es bueno.
2. Dios quiere que hagamos el bien.
3. Dios es la base de la ética (o de la moral).

Las 2 primeras proposiciones son evidentemente ciertas para las religiones cristianas, y la tercera también lo es, pero de forma menos obvia. Pero, haciendo un razonamiento simple, encontramos una contradicción entre 1 y 3. Si Dios es bueno, es porque las cosas que son buenas lo son independientemente de Dios. Si no fuese así, Dios decidiría lo que es bueno y malo, y estaría por encima de lo bueno y de lo malo y, por tanto, no sería posible clasificarlo dentro de alguno de estas categorías. Por tanto, si Dios decide lo que es bueno y malo no puede ser considerado bueno.
Si Dios es bueno, no puede decidir lo que es bueno o no. Hará cosas buenas o no las hará, pero no decidirá que es bueno o que no lo es.

Se suele alegar que Dios, por su naturaleza, no puede ser malo, solo puede ser bueno. Pero hablar de cualquier cualidad de la naturaleza divina es hablar de las causas o las explicaciones de la inclinación de Dios a ser bueno, pero no del hecho de cómo se juzga que Dios es bueno. Dios hará cosas buenas o no hará cosa malas DEBIDO a tal o cual cualidad de su naturaleza, pero esto no explica porqué lo que hace se puede llamar bueno o lo que deja de hacer se llama malo. Hablar de la bondad de Dios es colocarlo "dentro" del sistema de referencia que permite juzgar la bondad o la maldad. En realidad, es decir que las cosas o las acciones son buenas o malas debido a la propia naturaleza de las cosas o las acciones y que podemos decir que Dios es bueno o malo porque podemos comparar sus acciones con la definición de acción mala y de acción buena.

Sin embargo, el punto tres dice que Dios es la base de la ética o de la moral. Esto, según el Dilema, es contradictorio con lo anterior. Porque decir que Dios es la base de la moral significa dejarlo fuera del sistema, que nace de Él o a partir de Él, haciendo que las acciones malas o buenas lo sean en función de su voluntad o de su sapiencia o de cualquier otra circunstancia diferente de la naturaleza propia de esas acciones. Esto nos deja sin referencia para juzgar si Dios es bueno o malo, pues la ética o la moral quedan por debajo de él, y no tiene sentido alguno decir que Dios es malo o bueno. También significa que lo que es bueno o es malo puede ser intercambiable, pues no dependen de su propia naturaleza o de sus consecuencias inmediatas, sino de la voluntad de Dios, que bien podría haber decidido, por ejemplo, que matar es bueno y que ayudar al prójimo es malo. Si se quiere negar esto, que matar sea bueno o que ayudar al prójimo sea malo, solo se puede desde la aceptación de que la moral es autónoma y que los actos son buenos o malos por sí mismos, o por el contrario, porqué esa es la voluntad de Dios, pero no de ambas formas aun tiempo, pues implican que las cosas son buenas por si mismas y que no lo son, pura contradicción.

Si no se resuelve este dilema, el creyente debe decidirse por una de las dos alternativas, o a Dios no se le puede llamar bueno o malo, o Él no es la base de la moral.

¿Razón contra intuición?

A menudo se intenta oponer al razonamiento argumentado, la observación o la prueba empírica, un tipo de saber adquirido por lo que se llama intuición.

La intuición se aplica a varios ámbitos, ética, estética, etc. Pero me refiero en este artículo a su vertiente cognitiva.

Desde ese aspecto una intuición es una percepción de una verdad de manera instantánea y, sobre todo, inmediata, sin mediación de razonamiento consciente. Ciertos filósofos y con ellos muchas personas que defienden hipótesis extrañas o poco firmes, hacen de la intuición una capacidad de la mente diferente y autónoma del conocimiento sensible o de la razón. Otros, y con ellos la mayoría de los científicos, hablan más bien de construcciones e inferencias veloces y fragmentarias. En todo caso, la intuición se convierte en el cajón de sastre donde se colocan todos los mecanismos intelectuales que no se saben analizar o nombrar con precisión.

Sea como fuere, desde luego la intuición no puede ser un lugar de refugio desde el que toda hipótesis u opinión pueda reclamar tranquilamente su veracidad. Además, acerca de cualquier cuestión pueden darse diferentes opiniones, todas ellas basadas en intuiciones.

O eso se dice, pero se olvida un aspecto crucial de la intuición. Para que algo pueda ser llamado propiamente intuición, debe ser una verdad. Y ello solo puede establecerse posteriormente a su emisión. La veracidad de una afirmación no se concede por ser autónoma e inmediata, o reflexionada y argumentada. La veracidad es algo que se concede tras ser contrastada una determinada afirmación, se obtenga como se obtenga, y solo tras ello podrá decirse que algo ha sido una intuición, cuando se sabe que es cierto lo afirmado.

Por ello, cuando en los debates alguien alega que lo suyo es una intuición, no por ello queda exento de enfrentarse a la contrastación empírica o lógica, al contrario, precisa de ella para poder decir con propiedad que lo suyo fue una intuición, y no una simple conjetura irracional.

Probar y demostrar

En Ciencia, una prueba es un ensayo o experimento que se realiza para comprobar un enunciado predictivo. Cuando alguien habla de pruebas científicas se refiere precisamente a los resultados positivos de esos experimentos.

La demostración es frecuentemente utilizada en el mismo sentido anterior. Pero tiene otros en los que la Ciencia se ve implicada.

En las Matemáticas, la demostración es el proceso lógico fundamental. En esa disciplina, ningún resultado es enunciado sin su correspondiente demostración previa.

En las Ciencias empíricas, la demostración tiene un sentido derivado del filosófico de procedimiento discursivo tendente al reconocimiento intersubjetivo de la verdad de una proposición. Para la Ciencia,el simple procedimiento discursivo no porporviona conocimiento por sí mismo, sino que tiene que formar parte de su método como una fase más del mismo. En el método Hipotético-Deductivo, la demostración, como proceso lógico deductivo a partir de premisas, se usa en la fase en la que se extraen consecuencias lógicamente consistentes de la hipótesis formulada. La hipótesis es un enunciado provisional de carácter universal que predice lo que sucederá entre los objetos de la clase a que se refiere. Cuando las concecuencias derivadas de las hipótesis son consistentes con observaciones conocidas, es decir, cuando todo fenómeno observado es explicado por la hipótesis emitida, se puede considerar que se ha efectuado un proceso de demostración.

Pero solo en un sentido formal, cumpliendo uno de los requisitos que las hipótesis científicas deben mostrar. El valor concedido a la hipótesis científica por ese tipo de demostración es aún muy limitado. Pues además de extraerse consecuencias coherentes con teorías y leyes existentes, las deducciones deben conducir a predicciones acerca de sucesos no ocurridos.

Es el momento de las pruebas, del experimento, de comprobar que esas predicciones no solo son lógicamente consistentes, si no que además ocurren. Un experimento se diferencia de la mera observación en que, en esta última, no se alteran las circunstancias en que normalmente ocurren los fenómenos naturales, ni se consigue mucha precisión cuantitativa. En cambio, en los experimentos se inducen las circunstancias en las que debe producirse la observación y se controlan determinadas variables que pueden estar implicadas en el fenómeno. Todos los aspectos cuantitativos estan minuciosamente controlados. Todo esto compone la fase de contrastación.

Sobre la certeza que el método en general y fase de contrastación en particular, porporcionan hay toda una apasionante polémica, con implicados como los Neopositivistas o Popper, pero esa es otra historia.

LA CIENCIA NO LO SABE TODO

Este es otro "argumento" típico que surge en casi todo debate acerca de hipótesis de escaso o nulo apoyo experimental. Basta oponer una incoherencia con otros sólidos conocimientos, o la absoluta falta de evidencia a favor de esa hipótesis, o el alto contenido especulativo, para que desde el otro lado se replique que la Ciencia no lo sabe todo.

En principio, es una verdad obvia. La Ciencia tiene sentido porque no lo sabemos todo, es un instrumento de búsqueda de conocimiento. Pero eso no significa que no sepamos nada, que la Ciencia solo pregunte y no responda nada.

Esta objeción presentada en los debates puede tener dos sentidos. El primero de ellos se refiere a que quedan muchas cosas por saber, y que algunos fenómenos o algunos objetos pueden permanecer en la ignorancia sin que ello signifique su inexistencia. No se ha demostrado su existencia, pero tampoco su inexistencia. Y es cierto, pero ocurre algo respecto a ello, si es que solo se invoca esa dificultad. Si permanecen en la ignorancia, no sabemos nada de ellos y, entonces, el defensor de semejantes entes se encuentra que no sabe si lo que defiende existe o no, está defendiendo un invento de su imaginación, una especulación sin base en el sentido más pleno del término; no es que la ciencia no sepa nada de ello, es que nadie ni nada sabe de ello, incluido su defensor. Y, en ese caso, ¿qué es lo que discute, por qué le presta su apoyo? Otro aspecto problemático con este argumento es que en muchas ocasiones estas pretensiones contradicen saberes sólidos. No se puede pretender negar lo que se conoce sobre la base de lo que se desconoce, sino sobre la de nuevos conocimientos.

Claro que se puede cuestionar la seguridad del conocimiento científico, alegar que nada es un saber definitivo al 100%. Este es el segundo sentido de la objeción. Sin embargo, esto no hace a todas las afirmaciones de conocimiento iguales. Algunas están más próximas al 100% que otras. Y lo mismo ocurre respecto al 0% de fiabilidad, algunas afirmaciones se acerca a él más que otras. Por ejemplo las afirmaciones de acerca de la forma de nuestro planeta y la teoría heliocéntrica están muy próximas al 100% de ser ciertas. Y, por lo tanto, las contrarias se acercan mucho por ciento. Esto lo decidimos sobre la base de apoyos argumentales derivados de observaciones y experimentos. Si un afirmación carece de todo ello, el hecho de que ninguna afirmación de conocimiento se encuentre con un 100% de certeza no le va a acercar ni un milímetro a ella, ni va a alejar tampoco a ninguna otra que si cuente con ello. Es mediante el uso de argumentos, observaciones y experimentos como puedes apoyar una afirmación o atacar otra, no simplemente mencionando que nada es seguro al 100%.

Los creyentes y el misterio de la gravedad.

En ocasiones, debatiendo con creyentes acerca del Universo y sus propiedades
se suscita una cuestión, la de la gravitación. Se suele alegar que se sabe como es la gravitación, pero que no se sabe por qué existe. No entiendo lo que quieren aportar con ello, que hay cosa desconocidas es cierto, pero como ello apoya la existencia de Dios es algo que se me escapa. Al parecer quieren decir que la gravitación es una propiedad que no debe existir sin una razón, tal vez una finalidad. No veo por qué ha de ser así.

Imagina una cosa, un ente, nada concreto, cualquier cosa de la que solo sabes que “existe”. Cualquier cosa que exista será de una determiada manera, pues existir significa, tener una naturaleza, ser algo, lo que sea. Y tendrá una determinada manera de relacionarse con cualquier otra cosa que también “exista”. Espero haberme explicado hasta aquí. Cualquier cosa que exista, será de una determinda manera, la que sea, y tendrá una relación con el resto, la que sea. Lo que no puede es ser y no ser y tener una relación y no tenerla. Si no es, no existe.

A partir de ahí, sorprenderse de que algo tenga una naturaleza, es algo ingenuo, pues es condición necesaria. ¿Que las cosas tiene una propiedad llamada efecto gravitatorio?. ¿Y si en vez de esa propiedad fuera cualquier otra, no sería igulamente sorprendente?. Pero sabemos que alguna propiedad debe tener, ¿porque no iba a ser la gravitación?. ¿Por qué puede ser algo, pero no la gravitación?.¿De que se sorprenden de que las cosas sean algo y que ese algo sea algo concreto?.

Es decir, no es forzoso, por lo que sé, que algo deba existir, en vez de nada, pero si sé que si algo existe, debe “ser” de algún modo, debe tener una naturaleza, unas propiedades, que son las que hacen que podamos decir que algo existe.

Si no crees en esto, ¿para que te molestas tanto en negarlo?

Es habitual escuchar y leer preguntas como estas: ¿por qué existen personas que dedican un esfuerzo y un tiempo considerable a hablar, discutir y rebatir algo en lo que no creen?. Si tras las pretensiones pseudocientíficas no hay nada real, ¿no están estas personas, estos escépticos, obsesionados con la nada?. ¿No basan su vida en un dogma, y se comportan como sectarios, negando a muchas personas el derecho a sostener creencias y opiniones que solo a ellos afectan, acosando e incluso insultando a quienes osan hacer publicas estas opiniones?.

En primer lugar, los escépticos no atacan la nada, sino algo muy real, la creencia de mucha geente en la realidad de esos fenómenos,y la refutación del error filosófico o científico es una actividad digna y tradicional, generalmente aceptada como necesaria y conveniente para el avance del conocimiento. Los postulados de las diferentes paraciencias no son presentados como meras opiniones intrascendentes, dedicadas a la mera diversión o entretenimiento de los practicantes y seguidores. Ni tampoco como una opción personal al modo de la fe religiosa Los defensores de estas disciplinas insisten en su carácter de verdadero conocimiento y toda su historia esta dedicada tanto al intento de confirmación de su veracidad como al ataque a quienes no aceptan sus postulados. ( En este ultimo sentido, es curioso que quienes han acusado a sus oponentes de auténticos crímenes como asesinatos, traición, secuestro, etc, o de complicidad con quienes los realizan, se sientan víctimas de quienes simplemente consideran sus hipótesis como, en el peor de los casos, de solemnes tonterías. Estas acusaciones adolecen de los mismos defectos que el resto de sus hipótesis, carecen del más mínimo soporte empírico y, en un curioso circulo retroalimentado, quienes niegan esa hipótesis son asimismo considerados miembros de la conspiración.)

Otra razón es el intento de difundir el pensamiento critico entre la población, particularmente entre aquellos seguidores de estas paraciencias, ejemplos por excelencia de quienes carecen de él, convertidos por su sincero y legitimo deseo de conocimiento en víctimas de formas de pensamiento defectuosas que les alejan de ese verdadero conocimiento y su método. En general, las personas deseamos poseer un criterio que nos permita discernir, entre dos o más postulados, cual de ellos es más acertado y ajustado a la realidad. La crítica racional a los argumentos pseudocientíficos es uno de los modos más efectivos y evidentes de mostrar cuales son esos criterios.

Además, entre quienes practican y difunden estas actividades, existen, como en toda actividad, aquellos que aprovechan el sincero interés de personas con curiosidad para su propio provecho económico, algo respetable, siempre que no incluya el fraude deliberado, la manipulación, la calumnia y la mentira. La denuncia de estas situaciones es, además de un derecho, una obligación ética.

El que los escépticos apelen al método científico y sus criterios de validación o falsación, convierten la acusación de dogmáticos en algo absurdo, un autentico contrasentido. Los escépticos desean y buscan la lucha argumental, todo lo contrario de los usos dogmáticos, que condenan el examen del dogma.

El auge de las paraciencias, y el enorme apoyo que encuentran en los medios de comunicación hacen inútil la postura personal escéptica frente al crecimiento del pensamiento irracional, especialmente entre los jovenes ansiosos de encontrar respuestas. Esto ha hecho de la organización contra las imposturas intelectuales con las que se nos bombardea una necesidad.

EL SENTIDO DE LA VIDA

Por sentido se debe entender finalidad, objetivo de la vida. Preguntar por cual es equivale a suponer que existe uno.

Solo hay dos posibilidades que yo vea. O la finalidad de la vida pertenece a algo exterior a la misma, capaz de fijarse un objetivo o al propio fenómeno.

Respecto a la primera posibilidad existen respuestas religiosas que pertenecen al mundo de las convicciones personales. Puede objetarse a ellas la falta de evidencia de su sustento, pero nada más puede decirse, en cada cosmogonía religiosa el Creador tiene su particular fin a la hora de crear la vida.

En lo que se refiere a la segunda, también hay concepciones seudoreligiosas o místicas que abordan la cuestión, pretendiendo que la vida como tal es un ente dotado de finalidad y voluntad. Lo mismo que a la primera posibilidad se le puede objetar a esto.

Es dificil, desde una postura empírica, mantener que la vida sea un fenómeno capaz de finalidad por sí misma.

Pero cabe pensar que, aunque la vida como fenómeno carezca de sentido, si pueden tenerlo los seres vivos, o alguno de sus componentes, como los genes.

Mucha gente ha mal interpretado la teoría del gen egoísta, creyendo que el gen actúa con finalidad implacable destinada a su propia perpetuación. Pero es una mala interpretación, como decía. Que ese sea el resultado, la conservación de los genes, no significa que los propios genes sepan o planeen en modo alguno ese destino. Es el resultado de las leyes químicas y físicas y su relación con el medio.
La mayoría de los seres vivos son claramente ciegos obedientes de las leyes químicas y físicas que regulan la propia vida y la transmisión hereditaría. Y muy pocos pueden planificar de manera muy rudimentaria. Salvo, al menos que de momento se sepa de manera segura, el ser humano.

La vida no es elegida por el hombre, le es dada. En gran parte, su finalidad responde a su propia naturaleza, se dice que el hombre busca de manera natural su felicidad o algún tipo de sucedáneo siempre buscado por imperativo natural.

Pero en algún grado, y en muchos aspectos en un grado muy importante, el hombre toma decisiones que afectan a su futuro. En gran medida, debemos concluir que el sentido de la vida del ser humano es el que él mismo le proporcione, dentro de sus posibilidades.

¿Que significa tener una mente abierta?

¿Que significa tener una mente abierta? En sentido general, es una llamada a mantener una actitud libre de prejuicios ante cualquier hipótesis o creencia. Suele verse utilizada preferentemente por defensores de hipótesis o creencias con escasa o nula evidencia empírica, pues de existir esta, no sería necesaría esa actitud, sino que más bien se debería recomendar que lo que se abriera fueran los ojos o el entendimiento.

Es dificil enfrentarse a esa recomendación, los prejuicios pueden conducir fácilmente a actitudes dogmáticas de negación. Sin embargo, es evidente que esa actitud no significa o equivale a aceptar cualquier hipótesis o creencia, o a renunciar a su examen. Todo el mundo, con mente abierta o no, tiene una opinión al menos acerca de algún tema, y por prestar apoyo a una alternativa no se debe suponer que esa mente permanece cerrada.

En la formación de la opinión, como en la aceptación de hipótesis en Ciencia, no solo cuenta el aprecio, gusto o deseo personal por una alternativa, algo asimilable al prejuicio, si no que existen ciertos criterios que permiten discernir la solidez de unas hipótesis o explicaciones frente a otras. Criterios que, de ser aplicados, evitan la acusación de prejuiciosa para la adopción de aquella que de ello derive mayor solidez. En realidad, esto constituye el juicio por oposición al prejuicio, que tiene decidido su apoyo por cuestiones ajenas al análisis.

Tener la mente abierta significa someter a crítica o análisis toda hipótesis conforme a ciertos criterios y aceptar su veredicto por lejano a nuestras creencias previas que pueda resultar. Creer en algo a pesar de la falta de apoyo argumental no es tener la mente abierta, es falta de criterio.

Dios y la causa de la existencia.

Algunas personas que creen en la existencia de Dios ven justificada esa creencia en un razonamiento más o menos como este: todo lo que existe lo debe a una causa, por tanto, todo debe remontarse hasta una causa primera si no queremos caer en una regresión infinita, a esa causa primera la llamamos Dios.

El problema evidente es que si aceptamos que todo tiene una causa no hay motivo para frenar la regresión en un punto, Dios necesita su propia causa. A esto se suele objetar que Dios es “causa sui”, que por alguna característica de la naturaleza de Dios, este es causa de sí mismo. Y que la alternativa es una regresión infinita que “repugna” a la razón.

Pero esto viola la condición de la primera premisa, según la cual todo necesita su causa, y esta, la causa, es algo anterior y distinto al efecto. Estamos cambiando la definición de causa para poder introducir algo que se cause a sí mismo. No parece aceptable y desde luego no “repugna” menos que la alternativa.

Hay una cuestión que permanece ambigua. Se trata del verdadero significado de la palabra existir en la frase: todo existe por alguna causa. Se trata más bien de decir que todo está construido de algo preexistente, y esto último con otros ingredientes también preexistentes y así sucesivamente. Esta no es una experiencia directa de “llegar a ser” de pasar de la nada a la existencia. Es más un transformar, un modificar lo existente. Dios, si es algo, constará de alguna “esencia”, de algún ingrediente preexistente, pues no cabe pensar que no sea nada.

Y si se considera que algo puede originarse de la nada o que algo puede haber existido siempre. ¿porqué Dios y no el Universo?.

¿Telepatía o casualidad?

¿Telepatía o casualidad? Supón que te encuentras en el salón de tu casa cómodamente sentado en tu sillón pensando en aquel primo, amigo al que hace tiempo que no ves o en ese cantante o actor famoso del que ya no oyes hablar. En un lapso de 5 minutos siguientes al instante de tu pensamiento suena el teléfono y te comunican que esa persona ha fallecido. ¿Telepatía?. Para averiguarlo debemos resolver un problema: ¿ cuál es la probabilidad de que, a los 5 minutos de pensar en una persona nos enteremos de su fallecimiento por pura casualidad?. Para resolverlo necesitamos conocer el número de personas conocidas, en un sentido amplio, de las cuales nos enteramos de su fallecimiento y el número de personas conocidas en las que pensamos en un determinado lapso de tiempo, pongamos un año. Pongamos que conoces a diez personas de esas características y que piensas una sola vez en ellas a lo largo de un año. Trato de ser conservador en las estimaciones.
Sabiendo que un año tiene 105.120 intervalos de 5 minutos, ¿ cuales son las posibilidades de enterarnos del fallecimiento de esa persona precisamente en ese pequeño intervalo de 5 minutos después de que hayamos pensado en ella?. La respuesta, obviamente, es de 1 sobre 105.120. Muy bajo. Pero conocemos 10 personas que fallecen en un año, luego la posibilidad de que ese suceso se dé es la suma de las probabilidades de cada uno de ellos, es decir, de 1 sobre 10.512. Mejor, pero sigue siendo bajo.

Claro que, bien pensado, todos conocemos gente, pensamos alguna vez en ellas y nos enteramos del fallecimiento de alguna. Lo cual nos lleva a que la probabilidad de que un suceso así se dé es igual a 1 dividido entre 10.512 multiplicado por la población en cuestión. En el caso de España, si tomamos una población de 20.000.000 (la población es del doble) de personas tenemos que algo así ocurrirá por puro azar casi 2000 veces al año. En Europa unos 70.000 casos anuales y para el total de la población mundial unos 600.000 casos todos los años.

He seguido el libro de Henry Broch y Georges Charpak: Conviértase en brujo, conviértase en sabio.