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Los Obispos y el verdadero matrimonio.

El pasado 15 de Julio, la Conferencia Episcopal Española, a través de su Comité Ejecutivo, publicó una nota informativa titulada " A favor del verdadero matrimonio". Me gustaría comentarla.

Dice la nota:

(1. El pasado 29 de junio, el Congreso de los Diputados votó favorablemente una proposición no de Ley del Partido Socialista que solicita la equiparación legal plena de las uniones de personas del mismo sexo con el verdadero matrimonio. El Gobierno, por medio del Ministro de Justicia, se apresuró a anunciar que en septiembre remitirá a la Cámara un proyecto de Ley en este mismo sentido y que confía en que el llamado matrimonio homosexual sea posible legalmente ya para comienzos del año próximo. También se votaron varias proposiciones de Ley que legitimarían las uniones homosexuales de diversos modos.)

Este primer punto, simplemente descriptivo e introductorio, contiene algo interesante. Habla de equiparación legal de las uniones de personas del mismo sexo con el "verdadero matrimonio". Sin necesidad de entrar en discusiones acerca de que cosa sea el "verdadero matrimonio", queda claro que se trata de aprobar cuantas disposiciones legales se precisen para que las uniones entre homosexuales gocen de cobertura legal semejante a la que disfruta el matrimonio tradicional. No se trata de agresión alguna contra esa institución, que no se ve afectada en modo alguno por que se administren medidas jurídicas para ordenar esas uniones, que de hecho ya existen.

(2. Las personas homosexuales, como todos, están dotadas de la dignidad inalienable que corresponde a cada ser humano. No es en modo alguno aceptable que se las menosprecie, maltrate o discrimine. Es evidente que, en cuanto personas, tienen en la sociedad los mismos derechos que cualquier ciudadano y, en cuanto cristianos, están llamados a participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Condenamos una vez más las expresiones o los comportamientos que lesionan la dignidad de estas personas y sus derechos; y llamamos de nuevo a los católicos a respetarlas y a acogerlas como corresponde a una caridad verdadera y coherente.)

Poco hay que criticar en este párrafo, no podemos hacer juicios de intención y nada se opone a creer en la sinceridad de esta declaración. En todo caso, esa llamada a la caridad, quizá menos adecuada que una a la acogida plenamente normal que no invoque ejercicios voluntaristas, sino que critique cualquier otra actitud.

(3. Con todo, ante la inusitada innovación legal anunciada, tenemos el deber de recordar también algo tan obvio y natural como que el matrimonio no puede ser contraído más que por personas de diverso sexo: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. El Estado, por su parte, no puede reconocer este derecho inexistente, a no ser actuando de un modo arbitrario que excede sus capacidades y que dañará, sin duda muy seriamente, el bien común. Las razones que avalan estas proposiciones son de orden antropológico, social y jurídico. Las repasamos sucintamente, siguiendo de cerca las recientes orientaciones del Papa a este respecto.)

Es cierto que, si nos ceñimos a determinada definición de matrimonio, dos personas del mismo sexo no pueden constituir uno. Puede discutirse esa definición, pero, como decíamos en el primer punto, no hay necesidad alguna de discutir este punto. El Estado está capacitado para regular cualquier unión, sobre todo cuando esta ya existe como realidad social y genera derechos y obligaciones desde su misma existencia. Que esa unión sea equiparable legalmente no resta realidad al "matrimonio verdadero".

(4. a) Los significados unitivo y procreativo de la sexualidad humana se fundamentan en la realidad antropológica de la diferencia sexual y de la vocación al amor que nace de ella, abierta a la fecundidad. Este conjunto de significados personales hace de la unión corporal del varón y de la mujer en el matrimonio la expresión de un amor por el que se entregan mutuamente de tal modo, que esa donación recíproca llega a constituir una auténtica comunión de personas, la cual, al tiempo que plenifica sus existencias, es el lugar digno para la acogida de nuevas vidas personales. En cambio, las relaciones homosexuales, al no expresar el valor antropológico de la diferencia sexual, no realizan la complementariedad de los sexos, ni pueden engendrar nuevos hijos.)

No es cierto que el significado procreativo de la sexualidad humana se fundamente en "la vocación al amor que nace de la diferenciación sexual" Los ejemplos que contradicen semejante aseveración a través de las culturas y los tiempos son abrumadores. Tampoco lo es que el hecho de que dos personas del mismo sexo se unan en matrimonio genere por sí mismo un amor y una entrega desinteresada, una comunión total, como lo llama la nota, y mucho menos que cree un seno de acogida digno de manera automática para nuevos seres vivos. Eso es ideología, no es antropología. Las relaciones homosexuales pueden no "expresar el valor antropológico de la diferencia sexual", pero nada impide que exprese el de amor, entrega y comunión de personas.

(A veces se arguye en contra de estas afirmaciones que la sexualidad puede ir hoy separada de la procreación y que, de hecho, así sucede gracias a las técnicas que, por una parte, permiten el control de la fecundidad y, por otra, hacen posible la fecundación en los laboratorios. Sin embargo, será necesario reconocer que estas posibilidades técnicas no pueden ser consideradas como sustitutivo válido de las relaciones personales íntegras que constituyen la rica realidad antropológica del verdadero matrimonio. La tecnificación deshumanizadora de la vida no es un factor de verdadero progreso en la configuración de las relaciones conyugales, de filiación y de fraternidad.)

Esto es jugar al todo o nada. Se elige el mejor de los ejemplos de una de las opciones y se le opone el peor de los de la otra alternativa. Si alguien invoca un ejemplo de matrimonio en el que el hecho de que exista la capacidad de fecundidad y relación personal íntegra no supone un elemento de progreso en las relaciones conyugales o de filiación, se dice que ese no es un verdadero matrimonio y listo. Pero todos sabemos que muchas veces esa realización plena se ve comprometida por cuestiones de incapacidad natural de procreación que la técnica puede solucionar, siendo en ese caso un factor coadyuvante para ese progreso de las relaciones. La tecnificación de un aspecto de la vida humana no supone el de todos los aspectos de esa vida. Un marcapasos no supone mella en la dignidad de nadie, por ejemplo.

(El bien superior de los niños exige, por supuesto, que no sean encargados a los laboratorios, pero tampoco adoptados por uniones de personas del mismo sexo. No podrán encontrar en estas uniones la riqueza antropológica del verdadero matrimonio, el único ámbito donde, como Juan Pablo II ha recordado recientemente al Embajador de España ante la Santa Sede, las palabras padre y madre pueden “decirse con gozo y sin engaño”. No hay razones antropológicas ni éticas que permitan hacer experimentos con algo tan fundamental como es el derecho de los niños a conocer a su padre y a su madre y a vivir con ellos, o, en su caso, a contar al menos con un padre y una madre adoptivos, capaces de representar la polaridad sexual conyugal. )

El uso de lenguaje emocional- niños encargados a los laboratorios- no oculta el hecho de que son recibidos con la misma alegría y el mismo anhelo, sino superior en muchos casos, que los "encargados" según el método tradicional. Nada hay en las técnicas de fecundación que impliquen un menoscabo de la dignidad del niño, y la felicidad del mismo no depende del método por el que las células sexuales de sus progenitores se unieron, sino de circunstancias bien diferentes. Muchos niños no son adoptados, por su edad o por otras circunstancias, y parece preferible que sean adoptados pro personas que anhelan dar y recibir amor de ellos, a que crezcan en hospicios, ajenos a esa posibilidad.

( La figura del padre y de la madre es fundamental para la neta identificación sexual de la persona. Ningún estudio ha puesto fehacientemente en cuestión estas evidencias.)

No es cierto que eso sea una evidencia. Lo que parece evidente es que, al igual que el sexo de una persona, la identidad sexual venga determinada en primer lugar de manera natural. El entorno social y cultural, antes que el paterno, influye mucho más en la identidad sexual, pero sobre todo confundiéndola. Los niños criados en orfanatos no presentan ningún rasgo significativo o anormal en su identidad sexual. Ningún estudio ha puesto fehacientemente en cuestión esta evidencia.

(b) La relevancia del único verdadero matrimonio para la vida de los pueblos es tal, que difícilmente se pueden encontrar razones sociales más poderosas que las que obligan al Estado a su reconocimiento, tutela y promoción. Se trata, en efecto, de una institución más primordial que el Estado mismo, inscrita en la naturaleza de la persona como ser social. La historia universal lo confirma: ninguna sociedad ha dado a las relaciones homosexuales el reconocimiento jurídico de la institución matrimonial.
El matrimonio, en cuanto expresión institucional del amor de los cónyuges, que se realizan a sí mismos como personas y que engendran y educan a sus hijos, es la base insustituible del crecimiento y de la estabilidad de la sociedad. No puede haber verdadera justicia y solidaridad si las familias, basadas en el matrimonio, se debilitan como hogar de ciudadanos de humanidad bien formada.
Si el Estado procede a dar curso legal a un supuesto matrimonio entre personas del mismo sexo, la institución matrimonial quedará seriamente afectada. Fabricar moneda falsa es devaluar la moneda verdadera y poner en peligro todo el sistema económico. De igual manera, equiparar las uniones homosexuales a los verdaderos matrimonios, es introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social.
Se dice que el Estado tendría la obligación de eliminar la secular discriminación que los homosexuales han padecido por no poder acceder al matrimonio. Es, ciertamente, necesario proteger a los ciudadanos contra toda discriminación injusta. Pero es igualmente necesario proteger a la sociedad de las pretensiones injustas de los grupos o de los individuos. No es justo que dos personas del mismo sexo pretendan casarse. Que las leyes lo impidan no supone discriminación alguna. En cambio, sí sería injusto y discriminatorio que el verdadero matrimonio fuera tratado igual que una unión de personas del mismo sexo, que ni tiene ni puede tener el mismo significado social. Conviene notar que, entre otras cosas, la discriminación del matrimonio en nada ayudará a superar la honda crisis demográfica que padecemos.)

Se hace difícil ver como la regulación de las uniones entre personas del mismo sexo pueda atentar contra la familia tradicional a pesar de la oscura analogía de las monedas falsas. Es como si los obispos pensaran que la regulación originará una realidad ahora inexistente. Sin embargo es al contrario, las parejas no tradicionales con miembros del mismo o de diferente sexo existen ya y están ampliamente extendidas, como también lo está una cierta desvalorización del matrimonio tradicional en sus aspectos legales y religiosos. De esa presencia extensa y creciente nace precisamente la necesidad de regularización. Que se regularice la vida en pareja de personas que no pueden reproducirse no afecta más que la existencia de personas célibes por voluntad propia protegidas por leyes especiales, a pesar del actual problema demográfico. No es en absoluto incompatible una regularización de la situación de esas parejas con una legislación que proteja las familias tradicionales. No puede esperarse del hecho de que las parejas homosexuales no tengan protección legal que sus componentes se decidan por formar una tradicional. Equiparados o no, el matrimonio "verdadero" está en decadencia, tal vez los más interesados en conservarlo deberían ser los primeros en preguntarse por las causas reales de ello.

(c) Se alegan también razones de tipo jurídico para la creación de la ficción legal del matrimonio entre personas del mismo sexo. Se dice que ésta sería la única forma de evitar que no pudieran disfrutar de ciertos derechos que les corresponden en cuanto ciudadanos. En realidad, lo justo es que acudan al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco.
En cambio, se debe pensar en los efectos de una legislación que abre la puerta a la idea de que el matrimonio entre un varón y una mujer sería sólo uno de los matrimonios posibles, en igualdad de derechos con otros tipos de matrimonio. La influencia pedagógica sobre las mentes de las personas y las limitaciones, incluso jurídicas, de sus libertades que podrán suscitarse serán sin duda muy negativas. ¿Será posible seguir sosteniendo la verdad del matrimonio, y educando a los hijos de acuerdo con ella, sin que padres y educadores vean conculcado su derecho a hacerlo así por un nuevo sistema legal contrario a la razón? ¿No se acabará tratando de imponer a todos por la pura fuerza de la ley una visión de las cosas contraria a la verdad del matrimonio?)
Existen problemas específicos de la relación de convivencia de tipo legal, económico, de derechos patrimoniales, etc, que en el caso de las parejas homosexuales no están contemplados. No se trata, como decíamos de crear esas parejas, que ya existen, sino de que sus problemas sean legalmente contemplados y resueltos y de facilitar la normalidad de una situación que es un hecho en la sociedad. La "verdad del matrimonio" está en entredicho a causa de la existencia de esas parejas y de otras, es esa presunta "verdad" la que trata de imponerse sobre la base de mantenerlas en la ilegalidad.

(5. Pensamos, pues, que el reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales y, más aún, su equiparación con el matrimonio, constituiría un error y una injusticia de muy negativas consecuencias para el bien común y el futuro de la sociedad. Naturalmente, sólo la autoridad legítima tiene la potestad de establecer las normas para la regulación de la vida social. Pero también es evidente que todos podemos y debemos colaborar con la exposición de las ideas y con el ejercicio de actuaciones razonables a que tales normas respondan a los principios de la justicia y contribuyan realmente a la consecución del bien común. Invitamos, pues, a todos, en especial a los católicos, a hacer todo lo que legítimamente se encuentre en sus manos en nuestro sistema democrático para que las leyes de nuestro País resulten favorables al único verdadero matrimonio. En particular, ante la situación en la que nos encontramos, “el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley” que pretenda legalizar las uniones homosexuales.)

No está establecida, ni mucho menos, esa presunta injusticia, como ya hemos comentado, ni se abandona a la familia tradicional por prestar esa cobertura a esas parejas. Más bien parece una injusticia el abandono de esas personas y de su precaria condición como parejas.

Los parlamentarios, católicos o no, tienen un compromiso con aquellos a quienes representan. En su calidad de parlamentarios, solo ese compromiso deben atender. No pretendemos que ese compromiso pueda resumirse ingenuamente en "atender la voluntad de los electores", es algo mucho más complejo. Es un derecho y un deber, como dice la nota, participar en la formación de opinión acerca de las necesidades sociales, siempre que se trate de una mera invitación. No es legítimo, en cambio, llamar a obedecer autoridades supuestamente superiores que solo se reconocen como miembro de determinadas ideologías, religiosas o no. Si un parlamentario encuentra conflicto a causa de esto, no debe resolverlo sino renunciando a su representación.

(6. La institución matrimonial, con toda la belleza propia del verdadero amor humano, fuerte y fértil, también en medio de sus fragilidades, es muy estimada por todos los pueblos. Es una realidad humana que responde al plan creador de Dios y que, para los bautizados, es sacramento de la gracia de Cristo, el esposo fiel que ha dado su vida por la Iglesia, haciendo de ella una madre feliz y fecunda de muchos hijos. Precisamente por eso, la Iglesia reconoce el valor sagrado de todo matrimonio verdadero, también del que contraen quienes no profesan nuestra fe. Junto con muchas personas de ideologías y de culturas muy diversas, estamos empeñados en fortalecer la institución matrimonial, ante todo, ofreciendo a los jóvenes ejemplos que seguir e impulsos que secundar. En este proyecto de una civilización del amor las personas homosexuales serán respetadas y acogidas con amor. Invocamos para todos la bendición de Dios y la ayuda de Santa María y de San José.)

Este es un caso de exposición ideológica que no es objeto de comentario en este artículo. Solo recordar que la institución a la que pertenecen los obispos parece proteger la institución matrimonial por encima del verdadero amor humano y, en ocasiones, en contra del mismo.

2 comentarios

TioPetros -

Queremos más posts!!!

Palimp -

Buf, no había tenido el ¿placer? de leer esta nota, y se agradece la transcripción y los comentarios.
Entiendo que la iglesia tire 'pa lo suyo', pero creo que dejando de lado las subjetividades ideológicas del texto y su evidente demagogia, el uso (y abuso) de palabras como 'antopológico' refleja un intento de hacer pasar como científico y demostrado cosas que no lo son. Y eso es un engaño.